© François Perri
Esta dualidad nos sumerge en el dominio del misterio, del inconsciente, de las pulsiones nocturnas instintivas que dormitan en nosotros, del Eterno Femenino. La analogía existente en la mayoría de las civilizaciones entre la femineidad y la luna evoca numerosos símbolos : crecimiento, ritmos biológicos, fecundidad, eterno retorno, sueño… Ligera, fluida, efímera… Esta luz nocturna, que parece tan débil, ofrece otro rostro a la tierra, dulce y violento a la vez. Una nube insolente, la luz frágil se eclipsa, un cielo cubierto estropea la toma… Tendré que esperar a la nueva luna y calmar mi paciencia, impaciente (paciente impaciencia…).
Hacer fotos con esta luz ténue requiere una atención particular, una fusión con el entorno, una adaptación a los elementos. Ni luz de día, ni luz de noche; es una luz clarividente que nos revela a nosotros, invidentes, paisajes quiméricos que nos hacen soñar con noches tornasoladas a bordo del desasosiego. Interrogarse sobre la apariencia, conmoverse desde el momento en que abordamos los rostros -territorios diferentes-, contraerse cuando nuestras certezas se convierten en incertidumbres. El velo que recubre a estas mujeres subraya la separación entre lo visible y lo invisible, lo real y lo irreal. Atracción, fuga, deseo, muerte ; el pasaje como fuente luminosa acorralada entre dos agujeros negros… Son tantos los tropismos que nos revelan estas mujeres anónimas…